Escritor Alejandro Saravia: “Escribo para mí y para mis amigos”
Su novela, basada en elementos autobiográficos, combina los recuerdos de una terrible experiencia vivida en Bolivia mientras hacía el servicio militar – la muerte violenta de uno de sus compañeros reclutas – con sus vivencias como recién llegado a Montreal.
José del Pozo
Historiador, UQAM
Alejandro Saravia es un periodista y escritor boliviano, oriundo de Cochabamba, que vive en Montreal desde 1986, cuya trayectoria y obra literaria llevan a la reflexión. En su país natal hizo estudios de literatura, por el placer de aprender, sin pensar en transformarse algún día en escritor. Se ganaba la vida como empleado en un banco, llegando a ser dirigente sindical de su gremio. Esto lo llevó a enfrentar la represión del gobierno de Víctor Paz Estenssoro, en los años 1980. Decidió entonces partir a Montreal cuando tenía 24 años, con la idea de quedarse un tiempo afuera y luego retornar a su país, lo cual nunca ocurrió.
Tras ganarse la vida como conserje, obrero, pintor de brocha gorda y cocinero, entró a trabajar en el servicio en español de Radio-Canada. Paralelamente, estudió literatura en la Universidad de Montreal y dio libre curso a su expresión, a través de varios libros de poemas y de una novela, aparecida en 2003 en Montreal, con el título de Rojo, amarillo y verde.
La lectura de esta última obra y la conversación con su autor suscitan una primera interrogante. La novela, basada en elementos autobiográficos, combina los recuerdos de una terrible experiencia vivida en Bolivia mientras hacía el servicio militar –la muerte violenta de uno de sus compañeros reclutas– con sus vivencias como recién llegado en Montreal.
Al evocar su pasado, el autor parece mantener una relación de amor-odio con su país de origen. Por una parte, hay una nostalgia cuando evoca las comidas y los sonidos del hablar boliviano mientras se pasea en el metro de Montreal, o al emplear infinidad de bolivianismos en su escritura, llena de ironía y de humor. Por otra parte, Saravia disfruta al escribir ácidos párrafos en los que destroza a los líderes políticos y a los dictadores militares bolivianos, y cuando describe a su país como una patria imaginaria, una geografía contradictoria, a la cual se busca sentido desde hace doscientos años.
El principal personaje femenino de la novela, la mujer de la que se enamora, pero que huye, desaparece y reaparece, originaria del Kurdistán, y que lleva el increíble nombre de Bolivia, puede llevar a distintas lecturas. Podría pensarse que el nombre elegido expresa nuevamente la nostalgia del país de origen del autor. El hecho de que la heroína sea kurda, es decir, proveniente de una nación carente de soberanía, podría significar que Saravia reclama el derecho de los pueblos oprimidos a tener un estado nacional. Pero esto contradice la otra lectura posible, la crítica del autor a los nacionalismos.
Esta actitud aparece claramente en otra de sus obras, Cuarenta momentos chilenos, conjunto de poemas y textos breves dedicados a sus amistades con chilenos de distintas partes de Canadá, obra que deja bien en claro que para Saravia, la enemistad nacida en la guerra de 1879 entre ambos países no tiene sentido. El rechazo a los nacionalismos se refuerza en entrevista, cuando el autor declara que ser canadiense o boliviano es un accidente, y que lo primordial es la raíz indígena de los pueblos del continente, elemento que lo hace sentirse en casa en cualquier punto de América. De hecho, Saravia ha aprovechado su trabajo en Radio-Canada para visitar a varias etnias a través de Canadá, en diversas provincias y territorios.
La segunda interrogante surge en relación a la difusión de su obra. Saravia ha participado en diferentes festivales literarios, en La Habana, Ontario y en el conocido Metropolis Bleu, de Montreal. Participa en un grupo literario de esta ciudad, como coeditor de la revista multilingüe The Apostles Review, y el año pasado, su novela fue traducida y publicada en inglés, por una editorial de Ontario, y luego en francés, por la editorial montrealesa Urubu.
Estas actividades, y en especial la doble traducción de su novela, constituyen un logro que no ha sido dado a muchos otros escritores inmigrantes, lo que sin embargo no lo conmueve. Para él, escribir no es algo que haga pensando en el público que lo pueda leer: es un acto individual, un intento de recrear el mundo, encerrando en palabras los recuerdos esenciales de la vida, por lo cual la escritura se hace para sí mismo y su entorno inmediato. Acaso por ello, Saravia no da ninguna importancia al hecho de que sus libros no estén en las librerías de su país natal. Por nuestra parte, contradiciendo al autor, esperamos que su escritura sea lo más conocida posible, y es con ese objetivo que este artículo ha sido escrito.