Entre irse y quedarse
Luisa Olaya
Hablar de la jubilación aquí es posible. Incluso quienes no pudieron economizar para ello reciben un ingreso digno a partir de los 65 años. Hay muchos lugares en donde este derecho no existe. Hay países en los que llegar a esa edad es ya un milagro. Por ejemplo en Nigeria, en 2014, la esperanza de vida se situaba en 54 años. ¿Entonces por qué vivimos mal el fin de la etapa laboral?
¿Fin del camino?
Todos conocemos las dos caras de la moneda: jubilados fecundos que ven esta etapa como una oportunidad de seguir creciendo como personas a pesar de la ducha fría de la baja en los ingresos. Otros, que se van marchitando hasta volverse invisibles.
Es ahí que se confirma el adagio que dice que uno envejece como ha vivido. Si la vida se ha pasado entre el corre-corre del trabajo y se ha dedicado poco tiempo a construir una relación sana consigo mismo, la jubilación se convertirá en retirada y no en principio. Si algo he escuchado a los viejos que conozco, es que durante esta etapa hay que reconstruirse. Rehacer amistades, redescubrir pasiones, aceptar sus límites y algo bien importante: volverse amigo del tiempo que se tiene.
Vacaciones perpetuas
En este momento la esperanza de vida en el primer mundo se sitúa en promedio a los 85 años. La idea de aumentar la edad límite para la jubilación y utilizar la fuerza laboral de los viejos pone a trabajar duro las calculadoras de los economistas neoliberales. La preocupación debería ser otra: permitir a quienes quieran trabajar de hacerlo y a quienes no, dejarlos disfrutar de su tiempo como bien les plazca, que lo tienen bien merecido.
El desafío para quienes se liberan de un patrón y de un horario es estar siempre en vacaciones, porque al final esto cansa. ¡Horas y semanas en el sofá viendo telenovelas o partidos, no hay panza ni cerebro que sobrevivan! La palabra adaptación es bienvenida. Amoldarse y crear nuevos hábitos. No dejar descansar el cuerpo, extirparse del sofá y caminar afuera. No dejar descansar el corazón y las manos, ayudar a otros, compartir con otros. Y por supuesto, no dejar descansar el cerebro, ese músculo que nos hace soñar y vivir intensamente a cualquier edad.
Sentirse útil
Para darse a sí mismo el regalo de la reciprocidad, nada mejor que formar parte de un grupo con quien compartir los mismos valores, con quien aventurarse en descubrimientos, con quien construir nuevos retos. En Quebec existen 58 centros comunitarios para mayores, de los cuales 26 se encuentran en Montreal. El abanico de cursos, salidas y conferencias existe para todos los gustos y presupuestos. Las casas de la cultura tienen espectáculos, conferencias y talleres de calidad. Hay programas para problemas específicos, por ejemplo, uno que se llama PIED (Programme Intégré d’Équilibre Dynamique) para la prevención de las caídas, en asociación con los CLSC. Otro que se llama Apprivoiser sa solitude et construire son réseau, con la sociedad canadiense por la salud mental. Una búsqueda en Internet puede ser una puerta a nuevos descubrimientos. ¡Buen comienzo a los mayores!
Termino como siempre con un verso del poema del que presté el título, esta vez de Octavio Paz:
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia…
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.