En la mitad de nuestro mundo

Iglesia San Francisco, junto al monasterio del mismo nombre y su gran esplanada frontal donde se concentran locales y turistas. ©KATY TORRES

“Ese orgullo que tienen en mostrar lo mejor de su ciudad, ese entusiasmo porque descubras lo más típico”.

Estar en la mitad del mundo. Afecta la gravedad, la fuerza, la presión, pero también influye en la capacidad de asombrarse de este mundo y de todas sus bellezas naturales y humanas. Eso fue estar en Ecuador.

 

KATY TORRES

¿Qué les cuento de mi paso por Quito? Mi mejor impresión: su gente. Qué personas tan amables, sencillas y de buena voluntad. Los choferes, los guías turísticos, la persona en la calle que te ayuda con una dirección, la señora que te vende algún tejido artesanal. Además, ese orgullo que tienen en mostrar lo mejor de su ciudad, ese entusiasmo por descubrir lo más típico en cada ámbito.

Cuando se trata de historia y cultura, la riqueza de la ciudad se concentra en su casco histórico. Me repetían a menudo que el de Cuenca (tercera ciudad importante en el país) es aún más grande y hermoso, pero yo me enamoré de esas callecitas de piedra quiteñas, sus tantas iglesias coloniales, sus balcones y frontales de casas. Una caminata por la avenida Las 7 cruces, te regala un lindo aperitivo que te anima a caminar y caminar.

La Iglesia San Francisco y la de La Compañía fueron mis preferidas. La primera fue construida a las pocas semanas de la fundación de la ciudad, se inició en 1534. Es la más antigua. Según nos contaron, su construcción encierra además una leyenda… tal parece que el arquitecto a cargo tuvo que negociar con el diablo para que le ayudara a lograr tal obra a cambio de su alma.

Desde el mirador El Panecillo, se puede disfrutar de unas increíbles vistas panóramicas de la ciudad desde lo alto. Los horizontes poblados se vislumbran sin límites. Se entiende además la configuración colonial del centro, con sus calles en cuadrilla y su plaza central. También se descubre, imperioso, el Pinchincha, el volcán capital, a un costado de la ciudad.

Si de comida se trata, un jugo de fruta recién hecho: de naranjilla o de tomate de árbol, un pancito de yuca, un ceviche de chocho no pueden faltar. Hay tantos platos y bebidas sabrosos que probar. El paladar tiene para entretenerse en esta ciudad.

Con la visita al Museo de Sitio Intiñan, donde es fácil entender las costumbres de los pueblos indígenas que habitaban la zona así como el fenómeno de la mitad del mundo, algunos visitantes incluso se entusiasmaron a probar el cuy también conocido como conejillo de indias. Bien asado, tal parece que su carne es muy parecida al pollo. Aunque confieso que mi lado aventurero no se animó con ese plato tan exótico.

En fin, el más profundo efecto que me dejaron estas tierras ecuatorianas fueron unas ganas intensas de regresar. La ciudad de Quito, sus calles, sus paisajes, su comida, su gente, fueron una invitación para volver con más calma, más tiempo para redescubrir cada detalle; además, para desplazarme más: ir a la Amazonía, a Galápagos, a las ciudades de Cuenca y Guayaquil y al litoral.