Siglo veinte (y veintiuno) cambalache, problemático
LUISA OLAYA
A veces me asomo a la página financiera de los periodicos. Como entiendo poco de esa pseudociencia que es la economía, generalmente me quedo colgada solamente de los títulos. Leyendo un poco más hace unas semanas, fui víctima de palpitaciones cuando leí que Dollarama está muy bien cotizado en la bolsa de valores.
A punta de vendernos cachivaches y basura, el año pasado llegaron a 300 millones de dólares canadienses de beneficios. Ya tienen 1200 almacenes en Canadá y como saben que en 5 años el mercado estará saturado, ya empezaron los convenios para abrir sucursales en Latinoamérica.
Mea culpa
Yo también he comprado en almacenes de “rebajas”. Allá me llevaron (con muy buena intención) a comprar lo de la cocina y del baño cuando estaba recién llegada a Montreal. ¡Yo pensé que el dinero me había rendido! Ese es el problema con ese tipo de negocio: uno tiene la impresión de ganga y buena compra. La verdad es que tenemos que reponer los objetos comprados y quedar mal con quienes recibieron los regalos de pésima calidad que de allí les ofrecimos.
Desuso programado
Somos bien contradictorios. Añoramos una época dorada en la que los objetos duraban pero al mismo tiempo aceptamos, como verdadera, la promesa de felicidad que nos ofrece el consumismo. Qué vacío inmenso tenemos que llenar si se nos convierte en placer la renovación de mobiliario, de ropa y de aparatos electrónicos. La fugacidad de las modas y de las tendencias, nos empujan a conseguir dinero como sea. Trabajar y trabajar para comprar y botar. Y así se nos pasa la vida. Hay que ver las filas en los almacenes de baratijas y la multitud en los centros comerciales. Tenemos un vacío existencial que pretendemos llenar con objetos.
Espejismos
Hay quien dirá que hay que comprar para que el dinero circule y la economía se mueva. Esa es la falsedad que nos han recitado para hacernos adquirir tanto cacharro inútil. Llegamos desnudos al mundo y así nos iremos, pero acumulamos cosas convencidos que en ellas está el sentido de la existencia. La fragilidad de la vida nos demuestra cada día lo contrario. El planeta no puede con más desechos y nosotros no necesitamos de tanto para ser felices.… ¡los que están felices con nuestra ingenuidad son los propietarios de Dollarama!