Un librero latino en Montreal
José Del Pozo
Todos quienes nos interesamos en los libros, hemos comenzado desde la infancia a visitar librerías y bibliotecas. Cuando uno ya es más adulto, se comienza a visitar las librerías de libros usados, ya sea con la esperanza de encontrar la lectura deseada a un precio módico, o anhelando hacer hallazgos inesperados.
Mientras vivía en Chile, cuando era estudiante universitario, desarrollé la afición a estas librerías visitando los locales en la calle San Diego, en Santiago, a pocas cuadras al sur de la Alameda. Una de los más conocidos pertenecía a Luis, « el paco » Rivano, llamado así porque en su juventud había sido carabinero (nombre dado a los policías). Al dejar Chile, a comienzos de 1974, le vendí una parte de mi biblioteca, sabiendo que me sería muy difícil llevar todos mis libros conmigo.
Desde que llegué a Montreal, hace ya más de cuarenta años, he visitado muchos de estos establecimientos. Varios ya han desaparecido, como los llamados pomposamente « Le palais du livre » o el « Colisée du livre ». En los últimos años, durante los meses de verano y comienzos de otoño, he frecuentado los locales de los Bouquinistes de la Grande Bibliothèque. Uno de ellos lleva el nombre de Librairie Multilingue, y haciendo honor a ese título, ofrece libros en varios idiomas, tanto en francés como en inglés, español, ruso, alemán e italiano. Su dueño, Francisco Uribe, es originario de Bogotá, y es el único latinoamericano (que yo sepa) en ejercer ese oficio.
Una vida entre libros
Francisco llegó a vivir a Montreal cuando aún era niño, a comienzos de los años 1960, siguiendo a su padre, que había sido nombrado cónsul de Colombia. Hizo su vida escolar en inglés, como era habitual en esa época, cuando el sistema escolar quebequense francés no hacía esfuerzos por atraer a los alófonos. En 1969 sus padres y hermanos regresaron a Colombia, y el joven Francisco, que comenzaba sus estudios universitarios en McGill, en la carrera de Antropología, decidió quedarse.
Para ganarse la vida y pagar sus estudios, comenzó a trabajar en la biblioteca de McGill. Desde niño se había sentido atraído por la lectura, de modo que trabajar en ese medio era algo natural en él. No terminó sus estudios, y después de pasar algunos meses en el campo, reflexionando sobre su vocación y su futuro –pensó en dedicarse a la agricultura- volvió a la ciudad. Encontró trabajo como bibliotecario en un High school de la comisión de escuelas anglófonas, pero al cabo de dos años aquello terminó y decidió iniciar la aventura del comercio de libros.
Su primer local, bautizado como Librería Kebuk, abierto en 1976, estaba situado en el número 24 de la calle Prince Arthur. Al cabo de varios años se trasladó a la calle De Bullion, por algunos meses, pero los trabajos para transformarla en vía peatonal le hicieron perder buena parte de su clientela. Su siguiente paso fue asociarse con el dueño de una librería situada en Saint-Denis y Sherbrooke, experiencia que duró dos años.
Durante todo ese período, aprendió el oficio : conversar con los clientes, saber elegir los libros que pudieran interesar, organizarlos y mostrarlos en forma atractiva. Instintivamente, fue dando preferencia a aquellos autores que más ha leído y amado, que suele releer varias veces, ya que eso le permitía recomendar las lecturas a los clientes con entusiasmo. Entre sus autores favoritos hay tantos clásicos como modernos: El Lazarillo de Tormes, Cándido, Dostoievski, Jane Austen, Saramago, Isabel Allende, De Lillo, Murakami y Vargas Llosa.
Aunque siempre ha vivido y trabajado en el sector céntrico de Montreal, Francisco ha tenido también experiencias en otros lugares, a veces lejos de Montreal. Durante algunos veranos, fue uno de los bouquinistes del Viejo puerto, como también en Ottawa y Gatineau. Vendió libros durante el Festival de Films du Monde. Gracias a la iniciativa y a la generosidad de Victor Levy-Beaulieu, participó varios años en el Festival de libros de Trois-Pistoles, organizado por el conocido escritor, quien además le proporcionaba una casa donde podía instalarse con su familia durante las seis semanas que duraba el evento.
También bibliotecario
Francisco combinó sus actividades como librero con un empleo en la biblioteca de la Universidad McGill, donde volvió a trabajar, durante más de veinte años, hasta jubilar, en 2017. En ese período se dedicaba a sus ventas de libros al finalizar la jornada, durante los fines de semana o durante sus vacaciones.
En su gran departamento en la calle Clark mantenía dos piezas repletas de libros. Los adquiría en casas de particulares o en ventas de garage. Cuando la librería Abya-Yala cerró sus puertas, en 2005 (ver mi artículo publicado en septiembre de 2020), él compró buena parte del stock. Siempre se ha desplazado a pie, en bicicleta o en metro y autobús, ya que nunca ha tenido un automóvil. El oficio de librero, aparentemente sedentario, ha exigido de él una buena parte de esfuerzo físico, cargando cajas y paquetes. Francisco ha sido dirigente de CLAQ (Confrérie de la librairie ancienne du Québec) y ha participado varias veces en el Salón del libro antiguo de Quebec.
En 2003 vivió uno de sus momentos memorables como librero, cuando vendió a un anticuario de Toronto un ejemplar de Residencia en la tierra, de Pablo Neruda, en una edición de los años 1940, un poco ajada pero con algo que le daba enorme valor: una dedicatoria del autor “a una dulce admiradora”. El precio de venta de entonces fue de 375 $, y hoy su precio llega a 1,700 $.
Francisco piensa mantener su local en la Grande bibliothèque, donde habría cambios el año próximo, que permitirían a los libreros funcionar no sólo durante tres días, sino durante toda la semana y a lo largo del año, en locales situados al interior de la institución. Así, el librero venido de Bogotá hace sesenta años, espera continuar su carrera.