Vacaciones en Quebec : El paseo es integración
RODRIGO ORTEGA
No vaya a ser cosa que un día usted se vaya de este país, vuelva a su tierra natal y allá le pregunten: “¿Cómo era la naturaleza en Quebec?”. Y usted responda: “En realidad, no salí mucho estando allá”. Para evitar ese tipo de lamentaciones a posteriori, lo mejor es tomar las precauciones necesarias y salir, recorrer Quebec. En la medida de lo posible, claro.
Digo “en la medida de lo posible” porque la carestía del turismo local es un hecho. Y nada despreciable, por lo demás.
Pese a ello, sepa que hay planes para que las personas de escasos recursos puedan salir. Varios organismos comunitarios se encargan de planificar paseos de un día o más a los alrededores de Quebec.
Una buena alternativa para quienes deseen recorrer el territorio quebequense. Llame a cualquier asociación de ayuda a los inmigrantes y le dirán qué hacer.
Pasear es otra manera de integrarse en la sociedad
Conocer una cultura implica siempre entrar en contacto con su gente, sus tradiciones y el paisaje. No hay duda que en lo que respecta a Quebec, la naturaleza determina en sobremanera a sus habitantes. Por eso es importante ir al encuentro de ambos: gente y paisaje.
Estando una vez en un poblado de Gaspésie, al borde del mar, le dije a una persona: “Qué bonito es aquí”. — “Sí, es bonito; pero el invierno es muy largo. Bueno… Así es la vida”, me respondió. C’est la vie. Frase tan típica de los quebequenses, a través de la cual uno puede descubrir la raíz última de su sicología: esa paciencia, forjada en los prolongados inviernos que los hacen replegarse y cultivar la calma y el aguante.
Pues bien, para eso sirve, entre otras cosas, el paseo, para ir adentrándose en las costumbres y modos de ser de un pueblo. Sirve para comprender también las expresiones, los valores, las maneras de acercarse no solo a la naturaleza, sino también a la gente. Al respecto, no le quepa duda, en cualquier pueblo de Quebec la gente al verlo pasar por la calle o por un camino, siempre lo saludará cordialmente.
Otra vez, también en la península de Gaspésie, en una playa, sentí voces más o menos cerca y por un momento pensé que estaba en mi país. El alboroto y la algarabía de los niños que corrían y jugaban me hicieron transportarme a un balneario que solíamos frecuentar en nuestra infancia en Cartagena, Chile. Todo ese sonido de gritos y juegos provenía de dos familias del denominado Quebec profundo que se divertían al borde del mar. Cuando se fueron pasaron cerca mío. Pensé en ese instante en lo subjetivo que es el concepto de “pueblo”. Con todo el respeto y cariño que uno pueda tenerle al suyo, cualquiera puede ser el pueblo de uno. Es solo cuestión de abrirse y percibir los modos de ser de cada conglomerado humano. En el fondo, siempre habrán más similitudes que diferencias.
Feliz verano.