Lalo Orozco: “Soy un guitarrista de closet”
John G. Lazos
Lalo Orozco toca la jarana, una especie de guitarra pequeña pariente de la vihuela. Aceptó ser entrevistado, pero después de su turno en el Metro Berri. Todo es tranquilidad, hasta que la ola humana aparece, entonces la música, voz y jarana, se hacen escuchar. La mayoría pasa de largo, otros sonríen, pero los atentos depositan un par de monedas en su estuche. Así se gana Lalo la vida en Montreal, haciendo lo que más le gusta.
Se define como “guitarrista de closet”, por las horas que pasó ahí mejorando su técnica y oído, herramientas esenciales en este oficio. Le pidieron ser el cuarto miembro de un trío de boleros, pero… “¡Nada de cantar, por favor!”. En estos casos, lo mejor fue emprender carrera como solista en las peñas, donde se expresaban sobre la enredada situación de los países latinoamericanos. Probó suerte, y con éxito, en Europa acompañando a un bailarín argentino. Viajó luego hasta Nicaragua cuando la revolución era un sueño para, en las siguientes tres décadas, dar clases, tocar y hasta abrir su restaurante.
La situación no fue fácil en su retorno a su natal ciudad de México. Además, su destino ya estaba trazado: Montreal. Aquí intentó algunos trabajos, de esos que sólo los inmigrantes hacen. Ahora, Lalo toca entre 30 y 35 horas por semana en varias estaciones del Metro. Unos días saca unos cuantos dólares, otros días sale para comer. Es en este mundo subterráneo, donde se conocen los colegas por sus estilos e idiomas musicales, suele ocurrir que los papeles se invierten, cuando el músico es el que tiene que escuchar.
Todos los días se viven
historias increíbles
En el Metro Mont-Royal, se le acercó un joven colombiano que le pidió interpretar una canción que reflejara su estado de ánimo, el de soledad. Después de algunas complacientes tonadas, y un par de merecidas cervezas, se enfrascaron en una plática de viejos amigos. Lalo le cuestionó: “¿Qué vas a hacer, tienes que echarle para adelante?”. Le comentó que trabajaba como manicurista con la imagen de la gente. “Pues trabaja con la tuya”, le remató Lalo. El tiempo continuaría su andar. “No lo volví a ver –cuenta Lalo– hasta el otro día aquí en Berri pasa y lo veo con un billete en la mano, lo pone en el estuche y me da abrazo largo y prendido. Me dice: Gracias, ¿de qué?, le reviré. Me casé, me dice. Uy, mano, no aprendes. Pero soy feliz, me dice, ¡qué bueno que me ayudaste! Así que cada vez que lo veo me saluda, me abraza, y me agradece de que haya podido recuperar su vida.
Lalo Orozco no solo deja su corazón en la jarana. Es diseñador profesional, padre de tres hijos, gran amigo y no le quedan nada mal los tacos. Forma también parte de la comunidad mexicana que se junta aquí en Montreal para el fandango, el encuentro y cultivo de la música y baile tradicional del Son Jarocho. Muy recomendable, por cierto. No olvide: hay que escuchar buena música.