Yo no creo en la edad
LUISA OLAYA
Ya lo había mencionado hace un tiempo y ahora lo reitero, igual que utilizo la palabra joven en vez de adulto en construcción, prefiero la palabra viejo a esa otra edulcorada de adulto mayor y menos aun, a esa de personas de la tercera edad. Siento que utilizando esas palabras quisiéramos crear una distancia entre quienes acumularon años y se les nota, y quienes no han comprendido que la vejez es una etapa a la que caminamos todos.
Cuando digo que trabajo con viejos hay dos tendencias en mis interlocutores. La una es de sorpresa y cierta pena, como si ese trabajo se ejerciera a contravía por lo difícil y desagradable. La otra es una actitud frívola que reduce mi trabajo con los viejos a la facilidad de organizar una tarde jugando bingo.
Viejo mi querido viejo
Los viejos son complejos como los somos todos los seres humanos. Decir que la situación de los viejos está muy mal o considerar la vejez como un problema no lleva a ningún camino. Las condiciones de vida han mejorado enormemente por eso hay más viejos que antes aquí en Quebec. Claro que es un desafío lograr que estas personas vivan dignamente, pero los problemas que enfrenta esta sociedad no los tocan solamente a ellos. El modelo económico gastado está gangrenando la situación de los menos favorecidos y entre ellos, de muchos mayores que no nacieron bajo una buena estrella o que la perdieron en el camino.
Como lo expone Michelle Charpentier, profesora titular de la Cátedra de Investigación sobre la Vejez y la Diversidad Ciudadana de la UQAM, hay que preocuparse más de las desigualdades sociales en general que solamente de las que tienen que ver con la vejez.
Tratar los problemas que viven los viejos, es tratar con los problemas de la sociedad en que vivimos. El niño que no tiene acceso a una guardería de calidad y a precio razonable, será posiblemente el joven que tendrá dificultades en el sistema educativo y que terminará sin diploma, matándose en trabajos de miseria que lo mantendrán en un círculo vicioso a él y su familia. Ese joven llegará posiblemente a viejo más rápido y sufrirá de enfermedades y de dificultades que lo excluirán de la colectividad. Si seguimos extrapolando, debido a la precariedad de su trabajo, ese joven hipotético no habrá podido economizar para su jubilación y no tendrá el apoyo para terminar sus días decentemente.
Cinco generaciones
Por otro lado, el positivo que también existe: con el aumento en la esperanza de vida en los países del primer mundo, que llegará a los 90 años en 2030 (según un estudio británico), cada vez será más probable tener hasta cinco generaciones de personas en una misma familia. Nuevos retos para todos, la familia y la sociedad. Hay que decir que no todos los “entrados en años” estarán inválidos. Por ejemplo, hoy día en Quebec solamente el 20% de viejos de más de 65 años reciben servicios por una incapacidad física o mental. El otro 80 % forman un grupo heterogéneo de personas que sobreviven como siempre lo han hecho y que antes que nada quisieran conservar su autonomía y no ser una carga para nadie. Muchas de ellas tienen nuevos comienzos: cambio de carrera, desafíos artísticos, nuevas relaciones, servicios humanitarios, etc. Hay muchos viejos que confían en su potencial y buscan formar parte activa de la sociedad. Su identidad ya no se mide solamente por la edad sino por el recorrido que han hecho, por el cúmulo de experiencias en su vida, por su capacidad de adaptación a los cambios. A diario en mi trabajo me encuentro con ejemplos remarcables de este tipo.
Termino con los primeros versos que me ayudaron con el título, del poema Oda a la edad, de Pablo Neruda:
Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo
de la tierra?…