De cifras y cárceles
JAVIERA ARAYA
En las cárceles federales canadienses, según los dos últimos informes anuales del Bureau de l’enquêteur correctionnel de Canadá, ocurren los siguientes hechos: (i) aunque las personas autóctonas representan un 4,3% de la población canadiense, un 24,4% de la población penal es de origen autóctono; (ii) aunque las personas de “raza negra” representan alrededor del 3% de la población canadiense, un 10% de la población penitenciaria es afro-canadiense; y finalmente (iii) aunque la proporción de personas blancas en prisión disminuye progresivamente, las llamadas “minorías visibles” aumentan su presencia en los recintos penales. En otras palabras, las cárceles establecen una frontera entre dos mundos: un mundo de personas libres y cada vez más blancas, y un mundo de personas encarceladas y cada vez más “minorías visibles” (sí, aunque suene paradójico).
Hay dos formas de leer estos datos. La primera, ingenua, se lamenta del nivel de delitos que cometerían minorías visibles y autóctonos, básicamente asumiendo que el sistema de prisiones solo refleja la diferente inclinación al crimen entre los diferentes grupos. ¡Es como decir que ciertos grupos están más en la cárcel porque cometen efectivamente más delitos!
La segunda forma de interpretar estos datos es más perspicaz: se pregunta por el proceso a través del cual pasan las personas antes de llegar a ser encarceladas. Y aquí podemos agregar algunos otros datos, aunque no hay muchos disponibles: (i) un joven blanco tiene un 13,3% de posibilidades de ser arrestado por un policía, mientras que en el caso de un joven negro, sus posibilidades alcanzan un 26,7%; y (ii) de los llamados al 911 que hacen los grandes comercios, un 16,6% acusa a personas negras, mientras que sólo un 5% acusa a blancos (datos del estudio de un estudio Bernard y McAll, en 2008).
O sea, cuando se es “minoría visible”, uno tiene ya de plano más posibilidades de ser interceptada o interceptado por la policía, y, por tanto, más posibilidades de ser condenada o condenado a alguna pena de cárcel. Pensemos en los diferentes niveles de acceso a la justicia (las posibilidades de pagar una buena defensa), en los posibles prejuicios de los miembros de un jurado (en un juicio oral), o en los enormes poderes discrecionales de los policías. Por ejemplo, he estado en fiestas ruidosas de blancos y en fiestas ruidosas de latinos, ¡adivinen en cuál de ellas los policías han pedido documentos de identidad al que abre la puerta cuando llegan a pedir que bajemos el volumen!
¿Y usted cómo lee estas estadísticas?