La familia : lejos pero cerca
RODRIGO ORTEGA
Profundo esto de vivir lejos del país que a uno lo vio nacer. Los inmigrantes experimentamos diferentes estados de ánimo y los cuestionamientos existenciales nos llueven a menudo durante el invierno interior, bello y desolador, o cuando hace calor en los recintos de lo que se suele llamar el alma, el fuero interno. (No, no crea que me aventuraré por los senderos de la sensiblería, de la charlatanería o de la filosofía barata).
En concreto. Hace poco cumplí años, “varios ya”, como decía mi padre cuando le preguntaban cuántos. Fechas simbólicas los cumpleaños. Inevitable entonces pensar en esos símbolos que conllevan toda la relatividad e intangibilidad de lo que denominamos “el tiempo”, ese factor que tanto asusta al ser humano y que — cuando se le piensa bien— uno cae en la cuenta de que no existe, que no tiene materialidad, pero sí mucho espacio en nuestros mitos, angustias y humanas preocupaciones. Así, cada vez que cumplo años, me siento muy cerca del imaginario tiempo y de la muy concreta familia que tengo lejos, mis seres queridos que viven en Chile, en el otro extremo del mundo. Esta cercanía con los míos es interior. Ocurre, creo, que cuando se lleva muchos años viviendo lejos de su gente, se termina por integrar a la familia a una “realidad interna”; se les lleva dentro, como si compartieran con nosotros todos los días, como si vivieran en habitaciones esenciales pero muy visibles dentro de uno. Es un fenómeno de permanencia constante.
Estas meditaciones me llevaron a recordar al filósofo José Ortega y Gasset, a quien leí mucho en mi adolescencia. El pensador español resumió en una frase lo que constituye el núcleo de su filosofía : “Yo soy yo y mi circunstancia”, sentenció. Es decir, uno existe y está determinado por todo lo que le rodea, interno y externo. De esta manera, y siguiendo con el razonamiento de la “familia interna”, uno puede llegar a captar muy bien un sustrato de paz y serenidad que provoca el saber que nuestra gente que está “lejos” está también muy cerca, viven en uno. Si se toma conciencia, claro, de estas realidades circundantes e inseparables de nuestra esencia. Esta “circunstancia” a que aludía Ortega y Gasset.
Difícil caer entonces en periodos de nostalgia. Imposible si uno lleva consigo, en su interior, a su gente. No se puede estar nostálgico de lo que uno tiene en el presente.
Pese a todo lo dicho anteriormente, valga la siguiente contradicción en oro: no es menos cierto que con fuerza añoro ir a ver a mi familia concretizando así ese anhelo de cercanía física que también es muy necesario, cálido y profundo. Supongo que a usted, lector, también le pasarán por la mente estas cosas.