Inmigrantes en museos
JAVIERA ARAYA
Hace algunos meses visité el Museo Canadiense de la Inmigración del Muelle 21, en Halifax, Nueva Escocia. Al momento de comprar mi entrada, bromeando con la recepcionista, le pregunté si yo tenía derecho a algún tipo de descuento. Siendo yo misma inmigrante – le dije –, más que una visitante del museo, yo era técnicamente parte de la muestra. El comentario no me sirvió para obtener una rebaja en la entrada, pero la reflexión respecto a inmigrantes visitando museos de la inmigración – algo así como dinosaurios visitando museos paleontológicos con restos de dinosaurios – me acompañó durante toda mi visita.
El museo está ubicado en las instalaciones de un muelle que fue, durante una gran parte del siglo XX, la principal puerta de entrada de inmigrantes a Canadá. Era allí que las personas eran interrogadas y su equipaje era revisado. Y era allí que los agentes de inmigración dejaban a personas detenidas o explicaban a los nuevos llegados qué hacer en sus primeros días en territorio canadiense. Todo esto lo aprendí – ya se habrán dado cuenta – durante mi visita al museo : leí los paneles explicativos, observé las réplicas de las habitaciones en los barcos y las maletas antiguas que estaban en exhibición, y toqué las múltiples pantallas interactivas que me invitaban a poner a prueba mis conocimientos sobre la historia de la inmigración en Canadá. Porque claro, el museo no solo trata del muelle 21, sino que de la historia de la inmigración en Canadá en general.
Entonces aprendí sobre el absurdo impuesto que cobraban exclusivamente a inmigrantes desde China, o sobre el reglamento que prohibía la entrada a quienes no vinieran en un viaje directo desde su país de origen (lo que impedía en la práctica la entrada a quienes vinieran de la India o de Japón). En otras palabras, aprendí también sobre el racismo de las políticas migratorias canadienses en la historia. Y cuando llegué a la etapa actual, el museo me enseñó que – contrariamente a lo que pasaba en el pasado – este tipo de discriminaciones ya no ocurrirían.
Yo había aprendido sobre el racismo de museos, sobre ése del que se puede hablar porque ocurrió en el pasado. Y me pregunté si, de repente, los reglamentos que actualmente rigen la inmigración no podrían también ser racistas, pero que, como son actuales, aún no están en el museo calificados como tales. “Mejor no fiarse de los museos” – me dije –. Quizás un dinosaurio visitando un museo paleontológico diría lo mismo.