Del amor y del odio
JAVIERA ARAYA
El otro día, afuera de un café, había un letrero que decía, en francés: “el amor será más fuerte que el odio”. La verdad es que al principio, perpleja, me pregunté por qué habían escrito eso: quizás alguien había tratado mal a las personas que atendían el café. “¡Qué ternura e ingenuidad!” – me dije – “el odio no es ciertamente una emoción placentera ni que uno quiera sentir, pero pasa que uno la siente, todo el tiempo”. Y me acordé de todas las veces que he repetido, viviendo en Canadá, cuánto odio el invierno.
Y ahí recién me di cuenta de que el letrero no hacía referencia a mi odio cotidiano, sino que probablemente a los atentados que causaron la muerte de muchas personas en Francia. Ya no encontré tierno ni ingenuo que el mensaje se basara en el amor, sino que definitivamente engañador. Los ataques “terroristas”, de la misma manera que los ataques “contra-terroristas” y las invasiones de países, no son actos ni de odio – ni de amor –. Son manifestaciones de conflictos en que intereses opuestos se enfrentan por tener más poder, más recursos naturales, más dinero, más legitimidad, más autonomía, más algo. Que una forma de acción en el conflicto incluya el asesinato de otros seres humanos es ciertamente cuestionable, pero esto no significa que sea un acto de odio.
Intentar comprender lo que ocurre en el mundo en clave de emociones como amor u odio limita nuestra capacidad de análisis. Las miles de personas que murieron en la dictadura en Chile, por ejemplo, lo hicieron en un marco de conflicto entre quienes querían implantar el neoliberalismo y quienes querían otro tipo de sociedad en ese país. ¿Odiaba Bush los cientos de miles de iraquíes que murieron desde el comienzo de la invasión en 2003? No creo, se trataba de tener más poder en el Medio Oriente. ¿Odio yo el invierno? ¡Definitivamente! Pero precisamente porque solo lo odio – y no quiero tener poder sobre él – estoy lejos de participar en un conflicto al respecto.