Crisis, crisis, crisis
JAVIERA ARAYA
Siempre que escucho o leo que se habla de una “crisis”, no puedo dejar de tener sospechas. Quizás la primera vez que escuché la palabra fue cuando los medios de comunicación se obsesionaron, a fines de la década de los noventa, con la “crisis asiática” y sus consecuencias en las diferentes economías nacionales. Los economistas nunca se pusieron de acuerdo en cuál fue la causa, solo que ante el “colapso” había que poner toda la buena voluntad posible frente a las políticas de ajuste estructural. Gracias FMI.
Poco entendía yo en ese tiempo de economía. Ahora tampoco entiendo mucho, pero tuve la misma sensación de “crisis” cuando discutía con mi familia sobre la “crisis de las hipotecas subpraim” (sí, yo estaba en un país donde se hablaba español) diez años después. La tele, los diarios, la radio y el Internet insistían en vincular todo lo que pasaba con la “crisis”, y todos teníamos la impresión de que estaba pasando algo absolutamente incontrolable y que nos superaba. Como que este tipo de cosas advienen sin que tengamos ningún poder sobre ellas, y solo se puede poner buena voluntad. Son como terremotos, aluviones, tsunamis o sequías. Más vale estar preparado para reaccionar frente a ellas, porque de todas maneras poco podríamos hacer para controlar sus causas.
Algo parecido pasa con la “crisis de los refugiados” de la que han hablado tanto los medios últimamente. La imagen es la de una Europa (o un primer mundo en general) que se ve sobrepasada, a pesar de su buena voluntad, por la llegada de muchas personas escapando de la guerra, la muerte y la inseguridad. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? ¿Cómo administrar la buena voluntad? Esas parecen ser las preguntas que se plantean, sin detenerse en las causas.
Sin embargo, que haya refugiados sirios en Europa, así como que haya refugiados mexicanos en Canadá, no es nunca el efecto de una crisis. No tiene nada de coyuntural y nada de circunstancial. Bien por el contrario, es el resultado normal y esperable de las intervenciones y despojos por parte de los países que ahora se declaran “enfrentando la crisis” en los países de cuyas “crisis” solo se han beneficiado. No hay crisis, sólo consecuencias de los despiadados actos de los estados del norte sobre los países del sur. Nunca hubo crisis, solo las consecuencias de la avidez de margen de ganancia de las empresas. Y aunque no podamos hacer nada frente a las crisis, sí podemos hacer algo frente a sus causas.