Democratizar la naturaleza en Quebec
RODRIGO ORTEGA
Tuve la agradable invitación de una amiga este verano para alojarme durante tres semanas en la región de Laurentides frente a unas profundas e interminables montañas. Me quedé a cargo de su casa mientras ella se ausentó para trabajar en otra región. Feliz, cuidé sus animales y gocé de la magnificencia de ese lugar. Estando allá me pregunté: cuántas personas se pueden dar el lujo de disfrutar de largos días de vacaciones y salir a conocer los magníficos parajes que caracterizan a Quebec. Muy pocas, pensé, y menos aún si se trata de inmigrantes. Los costos de albergue y transporte son muy elevados para quienes disponen de escasos recursos económicos. Aunque —hay que admitirlo— existen organismos comunitarios que planifican viajes a precios módicos para gente que no cuenta con solvencia financiera. (Por suerte existen esas asociaciones, pese a que no siempre se puede acceder a un paseo de ese tipo porque los cupos son limitados).
Se me ocurre que sería más democrático que como política estatal Quebec se dotara de un sistema de transporte y albergue accesibles a todo el mundo. Poner a disposición, por ejemplo, lugares específicos donde se puede llegar solo o en familia a acampar; abrir escuelas rurales para que la gente pueda desplegar sus sacos de dormir; facilitar buses muy baratos o gratis. Parece utópico ¿no? Claro, sobre todo si se considera que lo que prevalece es un discurso que presupone que “todo el mundo” gana sueldos que le permiten pagar hoteles, arrendar casas de verano y subirse a un vehículo familiar e ir a recorrer cualquiera de las hermosas regiones de Quebec. La realidad, sin embargo, no es así. Es cosa de darse una vuelta por Côtes-des-Neiges o por cualquier barrio más o menos pobre y “étnico” para percatarse de que allí la mayoría de las familias e individuos pasan el verano en sus apartamentos. Prácticamente “obligados” a vivir de los dictamenes de la televisión que los invita a soñar con paisajes, restoranes y albergues en Saguenay, Laurentides o Gaspésie, terminan enajenados con la felicidad de otros. No pueden ellos concretizar su viaje o paseo con la simple decisión de comprar los pasajes y reservar hotel. Se trata entonces de una agresión, por no decir de una crueldad, por parte de un sistema que no considera la realidad de la mayoría de la gente. Es también, y sobre todo, una falta de democracia. En ese sentido, es el gobierno quien debe tomar las riendas del asunto y darle solución a un problema que obliga a muchas personas a privarse cada año de un merecido descanso y de conocer el entorno natural del lugar donde vive.
La naturaleza es para todos. Es preciso abrir sus inmensas puertas a todos quienes quieran contemplarla, respetarla y aprender de ella.